sábado, 12 de septiembre de 2009

Beauty



Desde hace tiempo que, tratando de hallar la inspiración para escribir, como solía ser en mi etapa donde las palabras brotaban como las hormigas antes de llover, me postro en actitud contemplativa hacia aquellos detalles, miradas, sucesos, dignos de arrancar al menos dos o tres metáforas de mediana estatura, no logro con éxito, a mi gusto, musicalizar una silueta, aromatizar una sonrisa nerviosa vista de reojo, o al menos, en las últimas de la desesperación, describir con algo distinto a una prosa los detalles de un desnudo accidentado de belleza que inspire una pasión desesperada.

Entonces solo contemplo. Observo, a veces, más del tiempo usual, regodeándome en un voyeurismo biensano.

Y así terminé alejándome, quizá temporalmente, o no, pues el tiempo es un cónyuge celoso, de mi amante pasajero, la poesía, pero solo para arrojarme a los brazos de la nueva, la fotografía. Así que sin más ni menos vergüenza los invito a contemplar la de arriba, manifestación etérea no conmutativa y no lineal de lo que mi hormiguero apenas osaría llamar "belleza".

En cambio, invito a ver a detalle y a la velocidad solo igualada por un aria, las hermosas líneas trazadas del esternón al bajo vientre, la posición de los dedos, la apertura de los labios, la sombra inigualable que solo pueden proyectar unos senos pequeños, un codo, unos ojos cerrados, una naríz, un cuello para enloquecer al instante...

¡Que cosa rara, ésta ilusión de que la belleza es el bien!